Ante los ojos del mundo, Donald Trump es el ejemplo de todo lo que no se debería hacer cuando se tiene una pandemia. El Presidente de Estados Unidos, más preocupado por su popularidad, negó desde el principio la importancia del SARSCoV2, agente causal del COVID-19. Trump echó por la borda dos valiosos meses de preparación -hay que recordar que el primer caso fue confirmado el 20 de enero, el mismo día que en Corea del Sur- y ante el inevitable ascenso y propagación del COVID-19 a su país actuó a destiempo. Anunció fechas para poner fin a la cuarentena en momentos en que varios estados estaban llegando a lo más alto de la cresta. Afirmó que el coronavirus se acabaría en abril -bueno, pues ya es mayo y el COVID-19 sigue infectando personas y causando decesos en todo el país. Presionó a gobernadores de estados en los que el liderazgo lo tienen los demócratas y les regateó la ayuda -esto fue especialmente notorio en el estado de Nueva York, uno de los más golpeados por la enfermedad- haciéndose de palabras con el gobernador Andrew Cuomo. Acusó a la República Popular China (RP China) de ocultar información y ha dicho una y otra vez que el COVID-19 fue creado en un laboratorio en Wuhan, pese a que la comunidad científica de Estados Unidos y de todo el mundo han avalado el surgimiento natural de la enfermedad
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