No puedo imaginar una mejor manera de abordar la historia de los feminismos que en términos de oleaje. Las mareas que suben y bajan con los ciclos lunares. Ciclos. En realidad, no hablamos de círculos -como diría mi historiador favorito-, sino de una espiral, que en cada vuelta trae consigo a sus ancestras y se expande para abarcar espacios cada vez mayores, realidades cada vez más diversas y disímiles. Un oleaje que colisiona con el patriarcado y erosiona sus cimientos silenciosa pero implacablemente. Las corrientes de este oleaje también suelen chocar y enfrentarse, pero todo ello sólo imprime mayor energía y fuerza a su arrastre.
En mis tiempos de estudiante, las teorías feministas de las Relaciones Internacionales se mencionaban casi como nota al pie del paradigma postmoderno. Mi primer encuentro con la historia de los feminismos sucedió en la Secretaría de Relaciones Exteriores, cuando iniciaba mi carrera diplomática, hace 17 años. Las capacitaciones en materia de igualdad de género estaban abiertas a todo el personal de la Cancillería, pero solían asistir sólo el personal operativo, algunas secretarias y muy escasas personas funcionarias, y de rangos bajos, entre ellas yo. Es fascinante observar cómo, en menos de dos décadas, los feminismos pasaron de ser temas marginales (temas de mujeres, de los que sólo se ocupaban, pues, las mujeres -en su mayoría secretarias, personal de apoyo o diplomáticas de bajo rango), a estar en el centro de nuestra política exterior. Pero ésta ha sido la historia de las luchas feministas. Venimos en olas, que parecen retraerse pero no desaparecen, sólo se reagrupan y vuelven, con mucha mayor fuerza; y sube la marea.
En 2022, la Asamblea General de la ONU aprobó la resolución A/RES/76/269 por la que se proclamó el 24 de junio como el Día Internacional de las Mujeres en la Diplomacia. Previsiblemente, la conmemoración se llenará de lugares comunes, reiterando los nombres de las mujeres que ya participan en altos puestos de la política internacional, de aquellas que vemos en los titulares de los periódicos o a la cabeza de las Representaciones diplomáticas o consulares. Pero, como hemos dicho antes, esta conmemoración debe incitarnos a buscar a aquellas mujeres que todavía nos hacen falta: aquellas que aún piensan que la diplomacia no es para las mujeres; las que aún son relegadas en la carrera diplomática, cuyos logros y méritos son ignorados o infravalorados por sesgos de género que todavía permanecen inconscientes; las que acompañan a sus compañeros diplomáticos y se descubren en situaciones de vulnerabilidad insospechadas y totalmente invisibilizadas; las que aportan diariamente al cuidado y protección de sus conciudadanas en el extranjero sin contar ellas mismas con acompañamiento o respaldo; y muchas más. Reflexionar sobre la vida y la profesión diplomáticas desde la mirada de las mujeres es transformador.
A 77 años de la creación de la ONU, el 24 de junio no sólo ha tardado mucho en llegar, sino que, por desgracia, sigue siendo necesario y urgente. Tras la pandemia por COVID19, hemos retrocedido en materia de derechos de las mujeres y ahora estamos a 300 años de alcanzar la igualdad sustantiva de género que nos propusimos para el año 2030. Movimientos regresivos en materia de derechos humanos se manifiestan en todo el mundo adjudicándose consignas presuntamente feministas para atraer mujeres al campo de la subordinación, de la opresión y la discriminación. Somos más del 50% de la población mundial, y corremos el riesgo de ser nuevamente instrumentalizadas y desechadas en pugnas y revoluciones patriarcales que nos quieren “instruir” sobre lo que significa ser una mujer y cuáles deben ser nuestros espacios. Las violencias contra las mujeres se han recrudecido, y parecen encontrar justificación en una lucha que se adjudica un deber frente a la injusticia.
Me parece oportuno recordar que las democracias modernas encuentran sus orígenes en una revolución que guillotinó a más de 300 mujeres, entre ellas a una de las primeras feministas de la historia: Marie Gouze, mejor conocida como Olympe de Gouges. Sus ideas resultaron demasiado progresistas para la Revolución Francesa: igualdad entre hombres y mujeres, así como entre personas blancas y negras, abolición de la esclavitud y de la subordinación de las mujeres en el matrimonio, instauración del divorcio, seguridad social para los más necesitados -incluyendo la protección de los hijos ilegítimos-, impuestos basados en el nivel de riqueza y de capital. Pero quizás su mayor osadía fue desafiar el radicalismo violento de la época, criticar el reino de terror de Robespierre y oponerse a sus métodos asesinos y tiránicos. En 1793, el Estado la ejecutó y utilizó su ejemplo para disuadir, desacreditar y borrar activamente a las mujeres que se atrevieran a “olvidar su lugar natural”, el doméstico, para ocupar el espacio público y participar en el pensamiento y la toma de decisiones. Pero Olympe de Gouges no ha muerto. Sus ideas resurgen con mayor fuerza y se unen a todas las mujeres del mundo que, con su activismo y -más importante aún- con su voz y sus publicaciones expanden esta espiral, fortaleciendo este oleaje que terminará por derrocar la falsa jerarquía entre los sexos y enalteciendo a la humanidad por encima de la bestialidad.
A nadie debe sorprender que las mujeres encuentren siempre mayores obstáculos para la difusión de sus ideas y la promoción de su obra. En el prefacio de “Unión Obrera” (1843), Flora Tristán relata precisamente las vicisitudes que tuvo que enfrentar para publicar su texto, seminal en la lucha internacional por los derechos de los trabajadores. “Proletarios del mundo, uníos” no es una frase original de Max y Engels, es una cita de Flora Tristán. Si el Manifiesto del Partido Comunista pudo beneficiarse de esta idea fue sólo gracias a que Flora, rechazada sistemáticamente por los editores, encontró la fuerza para pedir, de puerta en puerta, donativos para publicar su “librito”, como ella misma lo llamó. Enfrentó rechazo, groserías e insultos por atreverse a pedir “limosna”. Agotada e incluso enferma, no perdió su fe ni su capacidad de agradecer a quienes cooperaron para su iniciativa. El libro contiene el listado de “suscriptores”, que suman 123 personas, y que permitieron recaudar la suma de 1538 francos. ¿Qué sería de los derechos laborales y de la lucha por los derechos de las mujeres si Flora Tristán hubiera claudicado?
Por eso emprendemos 24deJunio. Porque en esta espiral expansiva, las mujeres hemos logrado incursionar en una profesión tan antigua como demandante de las más altas habilidades humanas. La Diplomacia no se conforma con el trabajo en horario de oficina, sino que exige un compromiso vital completo, no sólo nuestro, sino también de nuestras familias, los 365 días del año. Nuestra salud emocional y psicológica juegan un papel determinante, junto con nuestros conocimientos y actitudes. La mejor Diplomacia es producto de la vivencia, que nos permite mirar holísticamente un problema específico desde una multiplicidad de ángulos y con perspectiva histórica. Es una profesión comparada por muchos con un arte; y sin importar su alto grado de dificultad, y a pesar de los obstáculos adicionales que todavía enfrentamos, las mujeres no sólo somos igualmente capaces que los mejores hombres diplomáticos, sino que contribuimos con ideas, criterios y soluciones que sólo la experiencia de vida de las mujeres puede aportar.
24deJunio se inaugura con la misión de publicar las voces de todas las mujeres que incursionan en la Diplomacia desde los más diversos ámbitos. Su plataforma sede, Globalitika, incorpora en su Consejo Editorial a mujeres y hombres que buscan un punto de encuentro y la promoción de la reflexión plural. Me siento muy cómoda y honrada de que 24deJunio nazca en un espacio joven, que publica a mujeres diplomáticas y mujeres investigadoras, académicas, políticas y todas aquellas interesadas en incidir y promover reflexiones pertinentes al análisis de la política internacional.
Mujeres Diplomáticas del mundo, uníos. El mundo nos necesita, y la historia nos lo reclama
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