Las teorías no son neutrales; siempre tienen un propósito y están al servicio de una visión del mundo. En otras palabras, están politizadas. Por ello, al estudiar un fenómeno internacional, es fundamental entender de dónde partimos, a fin de saber hacia dónde queremos ir.
Al escribir este artículo, tres pensamientos me vienen a la mente. Por un lado, el de Jacques Derrida (1991), quien afirma que “no hay algo “natural”; simplemente existen los efectos de la naturaleza”. Por otro lado, pienso en Judith Butler (1993) cuando dice que “la materialidad debe ser repensada como uno de los efectos del poder”. Finalmente, recuerdo la famosa frase de Robert Cox (1981), quien afirma que “la teoría siempre es para alguien y para un propósito”.
El objetivo de la teoría es explicar fenómenos específicos; en otras palabras, es una construcción de la que partimos, con base en ciertas premisas, para entender el mundo. El estudio de las relaciones internacionales, o de manera más amplia, el estudio de “lo internacional”, se puede dividir en dos categorías: tradicional (convencional) y crítico. Esta separación tiene que ver con una cuestión histórica de la disciplina de las relaciones internacionales, así como diferencias ontológicas y epistemológicas (formas de entender el mundo y estudiarlo).[1]
La teoría convencional de las relaciones internacionales, la cual englobaré en este artículo como realismo (y sus vertientes como el neorrealismo), liberalismo (mejor conocido como idealismo), escuela inglesa y constructivismo, parten de premisas similares: el sistema internacional está dominado por estados anárquicos que buscan el interés nacional y su supervivencia.[2] Desde luego, es posible encontrar diferencias entre estos. Mientras los realistas confieren mayor importancia a las relaciones de poder y al instinto de supervivencia del Estado en un contexto de anarquía, los liberales y los teóricos de la escuela inglesa defienden la cooperación internacional entre Estados y el derecho internacional como instrumentos e instituciones para hacer frente a esta realidad. Por su parte, los constructivistas parten de una ontología similar —existe “lo “internacional”, el cual es anárquico— pero afirman que “la anarquía es lo que los Estados hacen de ella”; es decir, se construye socialmente —aunque sigue existiendo como un hecho real incuestionable. Sin embargo, para todas, la unidad de análisis más importante es el “Estado”, el cual interactúa en su “sistema internacional” compuesto por otros Estados, intereses, valores, reglas y un instinto de supervivencia.
Por su parte, la teoría crítica en las relaciones internacionales parte de una ontología discursiva; es decir, no hay nada más allá del discurso, el cual es socialmente construido y se guía por estructuras de poder. Estas teorías proponen no sólo un acercamiento académico para explicar “lo internacional”, sino un proyecto emancipatorio debido a que no hay categorías fijas e inamovibles. Por esta razón, buscan entender el mundo no “como es” (pues no hay objetividad), sino cómo es moldeado por las relaciones de poder. En esta categoría se pueden enmarcar el marxismo, el post-estructuralismo, la teoría de-colonial, el feminismo (posestructuralista y de-colonial), pues proponen que conceptos como clase, raza y género son construidos, y no “existen” aislados de las estructuras que los (re)producen.
Otra forma de entender esta división es en términos epistemológicos. Mientras la teoría convencional es positivista, ya que afirma que hay un mundo “real” al que podemos tener acceso mediante el conocimiento (un pensamiento que viene de la idea de la modernidad) y sobre el cual podemos hacer aseveraciones, la teoría crítica considera que no hay algo más allá del discurso (que va más allá de lenguaje verbal y escrito). Por ello, en general, no hay esencias ni certezas del mundo, sino construcciones basadas en relaciones de poder. Mientras las teorías clásicas parten de un pensamiento dualista (división entre la racionalidad humana y el mundo exterior al que se puede tener acceso a través de ésta), la teoría crítica parte de un monismo, pues sin negar la posible existencia de un “mundo real”, parte de la premisa de que no es posible acceder a éste. Si bien la teoría crítica no niega la posibilidad de que haya dogmas dominantes, se entiende como un discurso hegemónico, no como una verdad absoluta.
Un ejemplo útil para los estudiosos de las relaciones internacionales es el concepto de “Estado”, ya que ocupa un papel central en el análisis; si bien no es el único actor, sigue estando en el centro de la discusión. Para teorías como el constructivismo o la escuela inglesa, el Estado es producto de un proceso histórico y tiene características específicas e identificables (detenta el monopolio legítimo de la violencia, tiene un territorio específico, población soberanía, un gobierno). Para otras teorías convencionales como el realismo y el liberalismo, es la unidad de análisis básica, por lo que no se cuestiona su existencia ni su esencia. En cambio, para la teoría crítica, el Estado no es un sujeto preestablecido, sino uno en construcción que performa los actos que le son impuestos y representados (Cynthia Weber, 1998). Es decir, la idea de “Estado” se produce mediante la práctica reiterada de los actos que produce el discurso.
El valor de la teoría crítica es que busca, como lo expresa Derrida, visibilizar aquello que consideramos “absoluto” o natural”. Al no haber una esencia de algo, todo puede cambiar. El proyecto emancipador de estas propuestas teóricas radica en ir más allá de estructuras e ideas que, en un inicio, parecen fijas, con el objetivo de cuestionarlas y cambiarlas. Al asumir que éstas son producto del poder, propone re-politizar lo internacional, con el objetivo último de no cerrar categorías que parecen inamovibles (Edkins, 1999). Este cuestionamiento, que busca descolocar y re-articular estructuras de poder, es crucial para el debate democrático; es decir, para la pluralidad de ideas y propuestas.
Como se propuso al inicio, al teorizar no partimos de un punto neutral. Sin embargo, la politización no es algo negativo. Permite abrir espacios y cuestionar las condiciones de posibilidad que permiten representaciones particulares del poder. Lo “internacional” no es un conjunto de prácticas y reglas inamovibles, basadas en principios incuestionables —como la anarquía— sino un reflejo de la contingencia que existe en el mundo. Las prácticas sociales que existen todos los días, entre Estados, individuos y otros actores, no parten de verdades absolutas ni esencias, por lo que siempre están abiertas a discusión y cambio.
[1] Aunque hay diferencias entre éstas, también podemos encontrar similitudes entre teorías que pertenecen a uno u otro rubro. Sin embargo, en aras de la claridad, se ha optado por esta división. [2] Cabe destacar que, como en cualquier categoría, se da una simplificación de la realidad. Hay diversas variantes de estas teorías.
María Paulina Rivera Chávez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México y maestra en Teoría de Relaciones Internacionales por la London School of Economics (LSE). Actualmente es Directora de Innovación y Seguimiento de Proyectos en el Instituto Matías Romero de la SRE.
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