México es conocido en el mundo por ser un país emergente, dependiente y exótico. Este último adjetivo se sustenta en una dimensión cultural, con cargas tanto positivas como negativas, con base en elementos como sombreros, tequila, aztecas y Frida Kahlo. Tales percepciones sobre México limitan la posibilidad de presentar al país como una nación plural y moderna, imagen importante para contra argumentar narrativas que lo describen como una amenaza, lo cual afecta no sólo el intento de promover su crecimiento, sino el trato que reciben los mexicanos en el exterior. La diáspora mexicana, “nuestra frontera viva”,3 es relevante porque puede, desde el ámbito cultural, fungir como puente entre México y sus países de acogida, a fin de mostrar una versión más diversa sobre lo que significa ser mexicano en el siglo XXI. Por tanto, el gobierno mexicano debe identificarla, escucharla e incluirla en sus esfuerzos de diplomacia cultural, ayudando en el trayecto a revertir estigmas sobre esta, tanto fuera como dentro del país.
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