En estos tiempos de crisis, desasosiego y confusión que vivimos como consecuencia de un “evento raro” -en frecuencia, estadística y fenomenología- como lo es el COVID-19, considero que estamos obligados a reflexionar sobre algunos aspectos como el daño que la humanidad ha hecho al planeta (todos los días vemos imágenes de mares más azules, cielos más limpios y de animales que reclaman su hábitat) así como de nuestro compromiso para no desatender el cambio climático, que para muchos expertos resultará más dañino y amenazará en mayor medida nuestra supervivencia en la tierra.
De igual manera, para los que nos dedicamos al análisis y estudio de los asuntos internacionales, es imperioso considerar el reajuste que la pandemia producirá en el contexto internacional, particularmente en lo relativo a los efectos en el proceso de globalización y de cooperación internacional.
Las nutridas protestas que en los últimos tiempos hemos visto en las calles-desde países como Chile en nuestra región, Francia en el viejo continente y Hong Kong en Asía, entre otros- representan una realidad que nos transmite que la globalización ha sido incapaz de contener las demandas sociales. Por otra parte, con la llegada del coronavirus, pudimos observar un mayor nacionalismo y proteccionismo en la Unión Europea, que a pesar de su ejemplar proceso de integración y solidaridad conjunta, decidieron cerrar fronteras en un esfuerzo ¿justificado? por contener el letal virus “dejando Schengen al desnudo”. Lo mismo sucedió en América Latina y en los más de 3 mil kilómetros de frontera que comparte México con Estados Unidos. En esta enfermedad global abundó un “sálvese el que pueda” entre los países del orbe.
A partir de ello, se evidencia que la globalización es frágil y sensible a choques externos y que dentro de un orden, emerge un desorden. Hoy vemos un mundo más azaroso y confuso en el cual ningún Estado tiene la capacidad de liderar el mundo. En esta difusión del poder, “nuestra casa” se encuentra sin nadie a cargo y la falta de cooperación global para contener la pandemia es insuficiente. Se atisba un clima creciente de tensión política, comercial y diplomática entre Estados Unidos y China mientras que las instituciones multilaterales ejecutan esfuerzos extraordinarios por contener una crisis sanitaria que acarrea un miedo que ha contagiado a la economía, afectado el consumo y cadenas de suministro, contraído el comercio -local y global-, destruido empleos, cerrado fronteras y que ha desequilibrado en gran medida los cimientos de la cooperación internacional.
En este contexto inusitado surge la pregunta: ¿Globalización en reversa? Los datos no son alentadores. La contracción del comercio entre las naciones es mayor que en la fatídica crisis del 2008, con una caída entre el 13% y 35% en este año. Por otro lado, se percibe un mayor nacionalismo y proteccionismo. Un mundo más egoísta y codicioso.
Desde mi perspectiva, no todo el horizonte se entrevé sombrío y eclipsado. A pesar de que los “eventos raros” son cada vez más frecuentes y más extremos, la pandemia que en 2020 arremete contra la humanidad puede generar mayor conciencia de vulnerabilidad común. Finalmente “todos vamos en el mismo barco”, lo que reclama una considerable dosis de humanidad compartida entre las sociedades del norte y las del sur. No conviene a nadie que el barco pierda rumbo y equilibrio. No es altruismo, sino sentido común en un análisis de riesgos. La cooperación es imperativa, pero ¿cómo se va a construir? No debemos olvidar que el ambicioso y esperanzador Protocolo de Kioto derivó en un desamparado Acuerdo de París en donde predominaron los intereses económicos y no el interés global frente a la amenaza creciente del cambio climático.
El orden global neoliberal está en crisis y aún nos encontramos en el recuento de los daños por un enemigo viral del que aún desconocemos por completo su comportamiento y más aún, ignoramos si va a mutar y si tendremos alguna vacuna en breve.
Por lo pronto, corresponde replantear las opciones de cooperación internacional así como trazar el itinerario y los urgentes mecanismos de reactivación económica regional y global. El mundo debe continuar siendo multilateral, se deben reforzar -con firmeza y convicción- las bases de esa renovada cooperación. La historia nos ha revelado que la fragmentación nos lleva a escenarios catastróficos. Es probable que el mundo será menos liberal pero no con ausencia de cooperación. Hoy nos encontramos situados en un punto de bifurcación en el destino de la humanidad. Este proceso implica que los líderes mundiales tengan altura de miras, como la tuvieron quienes hicieron frente a la Segunda Guerra Mundial. El éxito dependerá también de la voluntad transformadora de cada uno de los habitantes del planeta porque, como bien dijo Paul Valéry, “el futuro es construcción”.
Alejandro Guerrero Monroy Director del Voto de los Mexicanos Residentes en el Extranjero del Instituto Nacional Electoral. Fue Asesor de la Presidencia de la Comisión del Voto en el Extranjero y de la Presidencia de la Comisión del Registro Federal de Electores al interior del Consejo General del INE y también Asesor de Consejero Electoral del IFE para el Sufragio Extraterritorial. Previamente fue Coordinador del Centro para la Responsabilidad y Sustentabilidad Empresarial de la Universidad Anáhuac y fungió como Secretario Técnico en la Dirección Corporativa de Administración de Petróleos Mexicanos. En el ámbito docente, imparte las asignaturas Mercadotecnia Política, Gobierno Corporativo y Gestión Directiva de la Responsabilidad Social en la Universidad Anáhuac, donde ha recibido en cinco ocasiones el reconocimiento Excelencia Docente. Es colaborador en medios de comunicación como Excélsior, El Universal, Reforma, ADN Político, CNN y la Revista Pluralidad y Consenso del Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República.
コメント