El 20 de abril se hizo historia. Los precios de los futuros del petróleo West Texas Intermediate (WTI) cotizaron en negativo para el mes de mayo en un hecho nunca antes visto. El barril de petróleo se desplomó más de 300% hasta los -37.5 dólares por barril.
Aunque la situación se repitió por momentos de la jornada siguiente, para el 22 de abril, el petróleo ya había regresado a precios positivos, pero todavía dramáticamente bajos.
Entre los factores que influyeron en este fenómeno destaca, en primer lugar, la disminución de la demanda global de petróleo por la pandemia de COVID-19 y el consecuente colapso en la actividad económica.
Por ello, no se espera un repunte en la actividad productiva para mayo 2020, pues muchos países europeos y entidades de los Estados Unidos han prolongado la cuarentena en sus territorios.
Entonces, quienes tenían petróleo disponible en contratos con pronto vencimiento buscaron la manera de deshacerse de ellos.
Como segundo factor, está la completa saturación de la capacidad de almacenamiento a nivel global.
Al no haber demanda de petróleo, la posibilidad de almacenar es escasa, lo que genera costos para los productores que no logran mover el petróleo, lo que a su vez complica la logística del mercado y encarece las operaciones por su manejo.
Por último, la solución a la guerra de precios ocurrida entre los principales productores no tuvo los resultados esperados.
Si algo demostró la lucha entre Rusia y Arabia Saudita por los mercados internacionales, es que los fundamentos y escenarios que aplicaban en el pasado ya no tienen validez.
La crisis mundial derivada de la pandemia amenaza con cambiar los fundamentos de las economías, por lo que una solución convencional del pasado, como el recorte a la producción para subir los precios, no tuvo impacto considerable, aún si se toma en cuenta la posterior entrada en vigor del acuerdo.
¿Qué significa esta situación en los mercados del petróleo para México?
Las finanzas públicas de México descansan sobre un manejo creíble y confiable de las variables macroeconómicas.
Una de las bases de la estabilidad es contar con un presupuesto que refleje, entre otras cosas, una recaudación suficiente del comercio exterior de hidrocarburos.
Al desplomarse las ventas en dólares de las exportaciones de petróleo, las afectaciones de los ingresos petroleros impactan de manera directa en las finanzas mexicanas.
Los ingresos petroleros representan el 3,8 % del PIB y el 17,8 % de los recursos del presupuesto, de acuerdo con la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.
Aun así, México ya no es una economía petrolizada, pues el resto del presupuesto proviene de la recaudación propiciada por la diversidad de su industria y del desarrollo de los servicios.
El papel de Pemex
Sin embargo, el peso de Petróleos Mexicanos (Pemex) todavía es demasiado relevante, aunque su rol haya cambiado.
Pemex ha pasado de ser el gran financiador del desarrollo, a una empresa que representa una carga para las finanzas del país al ser la petrolera más endeudada del mundo, con una calificación crediticia cercana al grado especulativo.
Por sí sola no cuenta con tecnología ni capacidad financiera para operar los campos petroleros más complejos que tiene y el hidrocarburo de fácil extracción con tecnología propia se ha acabado.
Pese a este panorama, el gobierno actual ha redoblado sus esfuerzos en apoyar una versión monopólica de Pemex, al atar la suerte de las finanzas del país a las de la empresa estatal.
Semana tras semana, se anuncian grandes planes para rescatar una empresa con múltiples problemas y con tecnología obsoleta.
Pese a las promesas de la actual administración, Pemex casi duplicó sus pérdidas en 2019, al pasar de 9,575 millones de dólares en 2018 a 18,367 millones de dólares en 2019, un incremento del 91%.
Las principales calificadoras han bajado la calificación de Pemex y de México las últimas semanas casi a la par, ya que la suerte de ambas cada vez se interrelaciona más.
Por esta razón, lo que sucede en los mercados internacionales de petróleo impacta de manera más aguda a México.
Estos problemas podrían aprovecharse para reconvertir a la empresa paraestatal en una compañía de servicios energéticos, que contribuya con el sector a través de la reconversión de sus actividades.
Pemex tiene la oportunidad de pasar de ser una empresa del siglo XX centrada en extracción de hidrocarburos a ser una compañía estatal del siglo XXI que ofrezca varios servicios y aproveche la transición energética.
No es difícil imaginar a Pemex usando componentes de sus refinerías e infraestructura para producir combustibles de hidrógeno renovables, o sus campos petroleros en el Golfo para poner granjas eólicas.
Con un sector energético diversificado, con rectoría del Estado en sus áreas estratégicas, se lograría avanzar en la seguridad energética nacional.
Ahora solo faltan visión y voluntad
William Jensen es asesor de la Alianza Energética México-Alemania en Deutsche Gesellschaft für Internationale Zusammenarbeit (GIZ) GmbH. Maestro en International Public Policy por University College London - Becario Chevening. Licenciatura en Ciencias Políticas y Administración Pública, Universidad Iberoamericana Puebla.
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