La ceremonia de inauguración de Joe Biden y Kamala Harris fue todo un espectáculo. Como tal, su objetivo fue distraer, aunque fuera por un rato, a una sociedad dividida y furiosa, que atraviesa una de las crisis más profundas de su historia. El espectáculo requirió una producción digna de Hollywood, para construir una realidad que moviera el foco de las ausencias y presencias institucionales que hicieron de esta, una inauguración muy particular.
Con la ayuda de superestrellas, activistas y un ambiente festivo se buscó aminorar el peso de la ausencia de Donald Trump. Con la ayuda de la dirección de Cámaras y la edición, se minimizaron las características de su entorno: bajo un fortísimo dispositivo de seguridad, que comprendió desde vallas y alambre de púas, hasta la presencia de efectivos de la Guardia Nacional, y sin público, debido a la crisis de salud desatada por la pandemia de COVID-19.
La selección de participantes no fue azarosa. Todas las personas, la mayoría mujeres, que tomaron el escenario enviaron un mensaje explícito e implícito. El sacerdote jesuita Leo O’Donovan bendijo a la nueva administración, refrendando la convicción cristiano-anglosajona de Biden, el cuatrigésimo quinto presidente blanco de los 46 que ha tenido Estados Unidos. Andrea Hall, bombera, líder sindical y la primera mujer afroamericana contratada y asignada como Capitana en una estación del Departamento de Bomberos, recitó e interpretó con leguaje de señas el juramento de lealtad, iniciando el mensaje de inclusión y diversidad refrendado a lo largo de todo el evento.
La tendencia siguió con Lady Gaga, superestrella y activista por los derechos LGTBQIA+, cantando el himno. Lady Gaga conoció a Biden durante la campaña que hicieron en conjunto para despertar conciencia sobre la grave crisis de violencia de género que se vive en los campus de las universidades norteamericanas. Después, Jennifer López interpretó dos canciones patrióticas tradicionales y declamó parte del juramento de lealtad en español: "Una nación, bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos", seguida de la frase “let’s get loud”, en un llamado a la acción política, en particular hacia la comunidad hispana. Garth Brooks, un famoso cantante de música country e ideología republicana interpretó el clásico tema de conciliación “amazing grace”. Finalmente, la joven afroamericana, poeta laureada, Amanda Gorman, declamó un bello poema recordando a la audiencia que Estados Unidos “no es una nación rota, sino en construcción”, y haciendo un claro contraste en fondo y forma con los últimos cuatro años de diatribas con el limitado vocabulario de Donald Trump.
Con este mosaico de figuras se quitó el foco del desplante de Trump, también simbólico, no por que se extrañe su presencia y encanto, sino porque por primera vez en 152 años se rompió la tradición de una transición pacífica y civilizada, en la que el presidente saliente, sin importar el partido, pone los intereses del país sobre los propios. La última vez que sucedió algo similar fue cuando el presidente Andrew Johnson se rehusó a asistir a la inauguración de Ulysses S. Grant. Andrew Johnson es considerado uno de los peores presidentes de los Estados Unidos, y accedió al cargo tras la muerte de Abraham Lincoln, de quien fue vicepresidente, aún sin ser abolicionista. Resulta notable que Andrew Johnson fue el primer presidente norteamericano en ser enjuiciado políticamente. Al igual que con Trump, la Cámara de Representantes aprobó artículos para su impeachment, pero después fue absuelto por el Senado. Durante su mandato, Johnson fue duramente criticado por su incompetencia, y era considerado autoritario y racista. Es principalmente recordado por sus esfuerzos obstruccionistas en contra de los derechos políticos y civiles de los afroamericanos, coartando los esfuerzos revolucionarios de Lincoln, recordado como uno de los mejores presidentes de la historia de Estados Unidos. Aunque parezca increíble, todo esto puede corroborarse fácilmente. No por nada Marx corrigió la idea de Hegel señalando que “la historia sí se repite a sí misma, pero primero como tragedia y después como farsa”.
Es licenciada en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) y Maestra en Políticas Públicas por Macquarie University. Se especializa en análisis político, vinculación y comunicación estratégica. Conduce el programa “Política 101 en Inkoo y colabora quincenalmente en el portal gluc.mx.
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