El presidente de México inicia su tercera gira al exterior. Atípico para un mandatario que tradicionalmente realizaba una gira por América Central como presidente electo. Si no hubo un diagnóstico claro de México en Centroamérica y Cuba desde el inicio de la administración, será difícil encontrar una ruta de Estado para una región estratégica para el gobierno y para empresarios mexicanos que han hecho del mercado centroamericano un ensayo para expandirse a otras regiones del continente o del mundo.
¿Qué espera el gobierno mexicano de Centroamérica cuando niega el pasado inmediato? Imposible que López Obrador se retraiga del esfuerzo negociador mexicano en el Grupo Contadora durante las guerras civiles y amenazas de Washington de una invasión a la Nicaragua sandinista. Los Acuerdos de Paz de Chapultepec en 1992 para El Salvador, honran el esfuerzo histórico que edificó con valentía y decisión la diplomacia mexicana para resguardar los intereses nacionales de México frente al fuego en el Sur. El temor de que la chispa de la insurrección centroamericana brincara a territorio mexicano en sus estados sureños, con más desigualdad que la de varias repúblicas del Istmo, era una tarea de realismo político y prevención. ¿Qué esperar por ejemplo en El Salvador que ahora está en estado de excepción y cuyo líder ni por asomo recordó la firma de la paz hace 30 años?
Si en la diplomacia “la forma, es fondo”, obviar Managua en el viaje puede ser un mensaje claro de México al régimen del matrimonio autárquico nicaragüense o bien se acordó “tras banderas” con el orteguismo no pisar la patria de Rubén Darío para no contaminar la agenda interna ya polarizada. El misterio quedará más allá de que invoque López Obrador la No intervención y Autodeterminación, principios que aún no estaban en la constitución cuando López Portillo intervino en favor del sandinismo rompiendo relaciones con la Nicaragua de la dinastía Somoza.
Con decoro diplomático se puede administrar una relación, pero con un alto nivel de embajadores se envía un mensaje estratégico. Salvo La Habana, no ha sido el caso con los jefes de misión en las capitales que visitará López Obrador. El Servicio Exterior Mexicano ha sido relegado por cartuchos de militancia obradorista que cubren sin más su misión.
México tiene una vecindad con poco más de 1200 kilómetros selváticos con Guatemala y Belice. La porosidad ancestral de la frontera y la incapacidad de afianzar la legítima autoridad del Estado mexicano en su territorio ha convertido en una zona cero de tráfico humano, contrabando de lo que sea y sitio con el narcotráfico tronando los dedos a los pobladores. Si antes la amenaza de violencia era de Centroamérica a México, hoy es al revés, pero reforzada por carteles mexicanos y un muro humano con uniforme de Guardia Nacional en el Istmo de Tehuantepec que frena a los migrantes. El narco como amenaza al delicado tejido social y a la democracia tiene en Honduras a un expresidente extraditado a la Unión Americana por sus ligas al narcotráfico mexicano.
La paz no se hace sólo desarmando fusiles sino saldando la deuda de desarrollo. El fenómeno migratorio, catalizador que por medio de las remesas procedentes de Estados Unidos es un bálsamo frente a familias divididas y economías primarias. Los programas lopezobradoristas “Sembrando vida” o “Jóvenes construyendo el futuro”, son loables, pero se exige más del reto que sin duda involucra a Estados Unidos, corresponsable histórico del rezago regional. El nudo migratorio atropella la congruencia de México en no dar a centroamericanos lo que se exige al vecino del Norte. En un escenario de renovación del Capitolio en Washington y de un peligroso retorno de Trump a la Casa Blanca, construir escenarios y alianzas es un deber de Estado.
La crisis migratoria, el efecto del cambio climático en el agro y desastres naturales, la violencia criminal y democracias sin consistencia, pero con luces de legalidad que en Guatemala, El Salvador y Honduras han procesado a ex presidentes, son un abanico de retos para México y la región. Ojalá haya luces en la gira presidencial, pero es difícil ser optimista si se habla de la falacia del “hermano mayor”. Pasan los años y mexicanos y centroamericanos seguimos siendo vecinos con una retórica desgastada que esconde las potencialidades para escribir juntos un nuevo derrotero, porque si “geografía es destino” para el Norte, también es para el Sur y la tercera frontera, el Caribe.
Es licenciado en Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana y tiene estudios de postgrado en El Colegio de Veracruz y la Universidad de Buenos Aires. Realizó su práctica profesional en la Embajada de México en la exYugoslavia. Tiene diversas publicaciones como colaborador invitado en Este País, Reforma, El Financiero, la edición electrónica de Foreign Affairs Latinoamérica y en la Fundación Ortega y Gasset. Participó en diversas tareas en los órganos de Gobierno en el Congreso de la Unión, destacando la organización y el trabajo de apoyo para la Comisión Parlamentaria Mixta México-Unión Europea. Desde hace una década trabaja en la Asociación Mexicana de Distribuidores de Automotores (AMDA).
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