Colaboración publicada originalmente en El Economista.
Hace 75 años Estados Unidos, decidido a poner fin a la segunda guerra mundial dispuso el uso de armas nucleares contra Japón, a la sazón, miembro del Eje Berlín-Roma-Tokio. Así, el 6 y el 9 de agosto de 1945 fueron lanzadas sendas bombas sobre Hiroshima y Nagasaki. Se estima que en Hiroshima murieron entre 50 mil y 100 mil personas ese día. En el caso de Nagasaki, perecieron entre 29 mil y 49 mil personas el día de la explosión.
A pesar de los horrores de las armas nucleares, en los pasados 75 años no se pudo lograr su prohibición. Sin embargo, el 24 de octubre del año en curso, en el día de las Naciones Unidas, Honduras depositó el 50° instrumento de ratificación del flamante Tratado para la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN) negociado en 2017, por lo que el próximo 22 de enero de 2021, entrará en vigor.
La trascendencia de este tratado es evidente. Es verdad que existe, desde el Tratado de No-Proliferación de Armas Nucleares (TNP) en vigor desde el 5 de marzo de 1970. Con todo, el TNP ratifica el estatus nuclear de unos cuantos países y le prohíbe al resto adquirir capacidades nucleares con fines bélicos. Además del pilar de la no proliferación, el TNP tiene otros dos: los usos pacíficos de la energía nuclear y el desarme de quienes poseen capacidades nucleares. Sin embargo, este último ha sido siempre el pilar más débil del TNP. De ahí que el TPAN busque subsanar esta omisión, buscando, entre otras cosas, la estigmatización contra las armas nucleares, que, de manera análoga a como se ha observado en el caso de las minas terrestres anti-personal y de las municiones en racimo, ha hecho posible la existencia de sendos tratados de desarme de esos letales pertrechos.
En lo que se refiere al TPAN, el texto del tratado consta de un preámbulo y 20 artículos. Busca forzar hacia el avance de lo dispuesto en el artículo VI del TNP respecto al desarme nuclear vertical mediante la prohibición del uso y la eliminación de las armas nucleares. Desafortunadamente, el tratado no ha sido firmado por ninguna de las potencias nucleares y, paradójicamente, tampoco por Japón, dado que el país asiático se encuentra bajo la sombrilla nuclear estadunidense. Otros ausentes son los países europeos, que salvo Austria -fuerte impulsor del TPAN-, Irlanda, Malta y la Santa Sede- mantienen importantes compromisos estratégicos con Washington.
En contraste con lo anterior, son los países en desarrollo los que han tenido una respuesta favorable al TPAN. Sin ir más lejos, la participación de países latinoamericanos es notable. Además de México, promotor de la iniciativa y de Honduras, que fue el 50° Estado en ratificar, otros 18 países del área se sumaron al TPAN.
Con todo, la entrada en vigor del TPAN es un enorme logro, pero no significa en modo alguno que ello llevará a la desaparición de las armas nucleares de la noche a la mañana. Ello no debe desanimar a la comunidad internacional. Muchos tratados internacionales arrancaron con pocos adherentes y hoy son normas de vocación universal ratificadas por buena parte de las naciones.
Por ahora es válido celebrar que, en plena pandemia, cuando la atención mundial está centrada en una contagiosa enfermedad como lo es SARSCoV2, agente causal del COVID-19, no se haya dejado pasar la oportunidad de que, en el marco del 75° aniversario del nacimiento de la ONU y también de los dramáticos acontecimientos en Hiroshima y Nagasaki, se ponga en marcha al TPAN, que se perfila claramente como el principio del fin para las armas nucleares. Al tiempo.
Licenciada, Maestra y Doctora en Relaciones Internacionales por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Maestra en Estudios de Paz y Resolución de Conflictos por la Universidad de Uppsala, Suecia, y doctora en Estudios Latinoamericanos por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Tiene estudios de especialización y ha realizado estancias de investigación en las Universidades de Columbia, Nueva York, EEUU; Coleraine, Irlanda del Norte; San Diego, California, EEUU; la Universidad de Ottawa, Ontario, Canadá; la Universidad de las Naciones Unidas en Tokio, Japón; el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Turku, Finlandia, y la Universidad Nacional de la Defensa en Washington, EEUU.
Actualmente, se desempeña como profesora de carrera de tiempo completo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y preside el Centro de Análisis e Investigación sobre Paz, Seguridad y Desarrollo Olof Palme A.C. Ha sido docente en el Colegio de la Defensa Nacional. Asimismo, desde hace 26 años ha sido catedrática en el Centro de Estudios Superiores Navales de la Secretaría de Marina-Armada de México. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores.
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