“El mal es temporal, la verdad y la justicia imperan siempre”
Rómulo Gallegos en “Doña Bárbara”.
El presidente López Obrador en ejercicio de sus facultades constitucionales designó a Leopoldo de Gyves de la Cruz, como el nuevo embajador mexicano en Venezuela. De origen oaxaqueño, el próximo representante del Estado mexicano ante Caracas tiene en su hoja de vida la de un líder social además de ser alcalde de Juchitán, enclave zapoteca en el Istmo oaxaqueño. Compañeros de partido, el Ejecutivo Federal enviará a presentar cartas credenciales ante el Palacio de Miraflores en la capital caraqueña a un precandidato de Morena para la gubernatura de Oaxaca.
Siguiendo el trámite constitucional el Senado de la República deberá ratificar al nuevo embajador. La aritmética no miente y al tener los votos requeridos junto con los aliados al oficialismo, la ratificación es un mero trámite.
Otorgando el beneficio de la duda al personaje que será embajador, los senadores al menos de la oposición, deberán dar honor a su escaño para dilucidar al nuevo representante mexicano qué espera en Venezuela y cuál es su estrategia más allá de las instrucciones de la cancillería. Por más acordeón oficial en la carpeta del país de Rómulo Gallegos, que por naturaleza siempre hace la SRE y presenta al Senado, sería una imprudencia una comparecencia “planchada”. No se pretenden estridencias sino la oportunidad de que el novel diplomático pueda demostrar habilidad política, conocimiento del tema y seguridad. Hacerlo es imperativo ante el dilema realista de que “no todos los diplomáticos de carrera son notables embajadores y no todas las designaciones políticas son negativas”. Al final de su misión, su papel lo calificará, pero el inicio es vital. Ya bastante cuadros profesionales del Servicio Exterior Mexicano, ven con capa caída otra oportunidad pérdida. No es pretender atender el falso debate de vulnerar las facultades presidenciales de nombrar embajadores sino el contundente mensaje del Senado al Ejecutivo que las posiciones institucionales no pueden ser fichas de cambio para controversias internas de partido. Por ello, la insistencia de que la comparecencia ocupe el papel que debe dársele en un marco republicano, no de pleitesías mutuas.
Una voz aguda comentó que dada la relevancia de Hugo Chávez en el poder y su estilo y vibra de eterno revolucionario, era indispensable enviar más que a un diplomático formal a un viejo zorro de la política capaz de persuadir, adelantarse e incluso saber entenderse con el chavismo, no como facción como hoy parece, sino para saber resguardar los intereses de México en suelo venezolano. La idea no parecía escandalosa. Algo parecido pasó cuando Carlos Salinas de Gortari restableció relaciones diplomáticas con el Estado Vaticano. A contracorriente de enviar a un diplomático de carrera decidió que el nuevo representante fuera un político como Enrique Olivares Santana, quien había sido titular de la Secretaría de Gobernación además de ser gobernador de Aguascalientes y Secretario General del PRI. A la vocación política tenía un fino agregado, era maestro masón. El mensaje era claro, la relación sería entre Estados, no con objetivos confesionales, al menos hasta ese momento.
México y Venezuela han acariciado realidades y retos que los conjuntan, el mayor, ser junto con Ecuador los principales países petroleros de América Latina. A diferencia de Venezuela, México despreció ingresar a la Organización de Países Exportadores de Petróleo, la OPEP. La trilogía de enriquecimiento abrupto por el petróleo trajo una cruda realidad envuelta en inflación, deuda externa y presión social, que cada quién ha modulado a su manera.
La diplomacia petrolera en caminos opuestos ha sido la tónica entre México y Venezuela. En los primeros años de la Presidencia bajo Vicente Fox, Chávez hizo determinados guiños para probar si México entraría a jugar diversas iniciativas en torno al petróleo. Incluso un día Chávez decidió aterrizar de improvisto en territorio mexicano para hablar con Fox en un momento que los precios del petróleo eran elevados. Después de eso, la relación ha transitado por los exabruptos de una y otra parte. Llamado “cachorro del imperio por ser un entreguista al imperio”, ambos países pasaron a una fría relación por la negativa venezolana a la iniciativa del Área de Libre Comercio de las Américas, el recordado “ALCA”, asunto que escaló en Mar del Plata, Argentina, en la IV Cumbre de las Américas en noviembre de 2005. El ALCA se dió un encontronazo con la Alianza Bolivariana de los Pueblos para los Pueblos de América -Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP) que comandó Chávez. Hoy, además de Venezuela, Bolivia, Cuba, Nicaragua y un grupo de naciones caribeñas son parte de lo que se planteó como alternativa al libre comercio. Las primeras chispas de la relación bilateral en este siglo nacieron en esa Cumbre.
El regreso de lo que se creía era el tradicional PRI con Enrique Peña Nieto se desdibujó con rapidez cuando el sucesor del chavismo, Nicolás Maduro, acusó que el mandatario mexicano de ser “una vergüenza por el trato de empleado maltratado y abusado que recibía de Donald Trump”. La exaltación irrespetuosa del lenguaje selló la relación con los dos gobiernos panistas y el peñismo, pero hubo una adición peculiar, el error de muchos mexicanos al pretender hacer sinónimos chavismo y Venezuela. La rendija se abrió más para más que ver una relación entre Estados, un riesgo de un burdo intervencionismo de militancias políticas de Venezuela con ciertos actores políticos mexicanos. Algunas corrientes de la izquierda mexicana iniciaron peregrinajes a Venezuela, pero también desde grupos en el poder como muchos panistas e incluso priistas acudieron con sectores de la oposición venezolana y con autonombrados “especialistas de marketing político” para buscar golpear en el centro de gravedad tanto al chavismo como el lopezobradorismo que en ciernes preparaba su primera elección presidencial. La relación “militante” cubrió las dos caras de la moneda: oficialismo y oposición.
Algunos analistas podrían afirmar que es exagerado lo planteado en una relación “militante”, al final es perfectamente normal el diálogo de las cancillerías con todas las fuerzas políticas donde acredite a un embajador, pero nadie puede negar que entre el chavismo y el lopezobradorismo, nació lo mismo admiración y odios, alabanzas y un temor que recorrió a sus respectivas sociedades en una cancha cotidiana para sus ciudadanos, la disputa y defensa del poder.
El caso venezolano se convirtió en tema de agenda pública en México al describir desde el PAN y algunos sectores del PRI, que el chavismo se acercaba a la sociedad mexicana por medio de la figura de Andrés Manuel López Obrador. La aparente similitud del chavismo con AMLO fue evidente para muchos y Caracas calibró de nuevo la relación bilateral con cautela. Quedó como neblina el presunto apoyo económico del chavismo a AMLO, primero vía el PRD y después a MORENA. Mucho se dijo al respecto, pero nada se probó con firmeza. De haber sido cierto y comprobado por medio de pruebas reales, la sanción hubiera ameritado la eliminación del resultado de la elección presidencial para el tabasqueño, tal como lo marca la ley en la materia.
Otro de los temas que rebasó el orden de los gobiernos y se trasladó al sector privado, fueron la serie de expropiaciones que hizo el gobierno venezolano de infraestructura de empresas mexicanas que habían invertido en Venezuela. El caso de CEMEX y FEMSA, fueron peculiares y obligaron al gobierno mexicano a actuar. La credibilidad en la inversión en el país sudamericano resultó dañada y en el futuro las inversiones mexicanas se hicieron con lupa y cuidado. A la fecha la poca certeza en el tema ha sido la norma y no la excepción.
Junto con Colombia, México y Venezuela protagonizaron el Grupo de los Tres (G3) que representó un importante tratado de libre comercio que se firmó el 13 de junio de 1994 y que entró en vigor el primer día de 1995. Chávez en su disputa con Bogotá, denunció el Tratado el 22 de mayo de 2006 y el G3 dejó de existir para sólo ser un Tratado entre mexicanos y colombianos.
Dicha triada supo entender el papel de acompañantes en las negociaciones de paz de América Central y sus esfuerzos cristalizaron junto con Panamá en el famoso Grupo de Contadora, que junto con otras naciones fue el prólogo de la creación del Grupo de Río, mecanismo antecesor de la actual Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC).
Corresponsabilidad en el desarrollo del vecindario incendiado por guerras internas y la acuciante desigualdad regional, México y Caracas formalizaron en 1980 el Pacto de San José, oficialmente llamado “Programa de Cooperación Energética para los Países de Centro América y el Caribe” que otorgaba petróleo a precios preferenciales a naciones centroamericanas y caribeñas. Era la Venezuela de Carlos Andrés Péres y de José López Portillo, no obstante, la iniciativa prosiguió hasta entrado el foxismo y el pleno chavismo. La falta de la actualización del mecanismo, las dificultades técnicas de procesamiento del crudo de los dos países en las refinerías de algunos países receptores del hidrocarburo, la progresiva privatización y/o extranjerización de empresas petroleras otrora públicas y la conveniencia venezolana de negociaciones con Cuba y otras naciones a nivel bilateral, ensombrecieron el mecanismo que nació en la era de la abundancia petrolera y en plena explosión de los llamados petrodólares.
La creación de PetroCaribe por el chavismo llegó a posibilitar el envío de hasta casi 125,000 barriles diarios de petróleo venezolano a naciones caribeñas y centroamericanas, de los cuales Cuba llegó a ocupar más de 45,000 en diversos hidrocarburos. El planteamiento de una hegemonía regional venezolana le estorbaba el antiguo Pacto de San José y la vieja alianza con México, sería historia.
México que en el 2024 dejará de exportar crudo como reconoció PEMEX sabe de la importancia estratégica de los venezolanos al ser los dueños de las mayores reservas petroleras del mundo. En un escenario de crisis energética en México, ¿Venezuela no sería un proveedor importante ante el retraso de México en su transición energética tal irresponsabilidad del actual gobierno mexicano?
El gobierno mexicano más que ver el reflejo de Venezuela como “compañeros de lucha” debiera de hacer un ejercicio de prospectiva ante un posible estallamiento interno en el país sudamericano, un mayor éxodo de venezolanos fuera de su patria (México acaba de imponer visa a los venezolanos) y una caída de precios del crudo en una era aún petrolera para el actual sexenio y al menos los dos siguientes.
Un escenario de crisis interna y de comprobada violación de Derechos Humanos a ciudadanía y opositores políticos a la herencia del chavismo, ameritará un posicionamiento que rebase invocar los tradicionales principios de No intervención y autodeterminación de los pueblos, los cuales han siso usados a discreción por el Presidente López Obrador, como lo demostró con las crisis en Cuba, Nicaragua y Bolivia, aseguran expertos en el tema.
Es verdad que en Venezuela sólo sus ciudadanos tendrán el derecho a decidir la suerte de su régimen político, no hay discusión al respecto. No obstante, los compromisos democráticos y el respeto a los Derechos Humanos amerita una reacción global enmarcada en el sistema hemisférico y en el andamiaje de Naciones Unidas. Ya el reconocimiento a dos gobiernos, el de Nicolás Maduro y el de Juan Guaidó, que han hecho partidarios de uno u otro bando, es una quimera en la legalidad internacional, incluyendo a la OEA. El respeto a la institucionalidad venezolana y en especial a las elecciones que conformen nuevas mayorías parlamentarias con reglas claras en la votación, será nodal. Las misiones de observadores electorales, entre las que destacarán la misión técnica del INE mexicano y las que envíen aliados al lopezobradorismo como la de sus legisladores federales, tendrán el riesgo de un choque que confunda aún más el nebuloso horizonte venezolano.
No se puede olvidar que el primer Presidente y Comisionado de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, fue ni más ni menos que el venezolano universal, Rómulo Gallegos, laureado escritor y primer presidente de la era democrática del país de las llanuras, que una vez víctima de un golpe de Estado vivió parte de su exilio en México. La convocatoria a ese legado que rebasa al chavismo es una guía para grupos de la oposición venezolana e incluso para algunos miembros del oficialismo que ven la realista conveniencia de pactar una transición sin el mayor daño posible a la ciudadanía.
Los regímenes mexicano y venezolano los une una realidad más allá del petróleo, ambos desarmaron un viejo sistema de partidos y el vértice del poder es el populismo del líder omnipresente. Los dos países parece que los iguala una oposición dividida, atomizada, sin narrativa y propuesta en dos democracias que cada día se resquebrajan, pero esa aparente “normalidad” puede ser la excepción el día de mañana en uno u otro país. Al nuevo embajador le tocará identificar los puntos de Estado más allá de la “amistad entre camaradas”, entre ellos, la posibilidad de emergencia de asegurar el suministro de petróleo venezolano en caso de una crisis energética en México. La pertinencia de que México siga siendo escenario para conversaciones entre el gobierno venezolano y la oposición, sin duda estará a prueba en los siguientes meses. El equilibrio e inclusión que logre el embajador mexicano con uno y otro bando demandará paciencia y vocación política.
El nuevo embajador mexicano podrá tomar nota de otro magro punto venezolano con un reflejo en la realidad mexicana. El militarismo que ha envuelto incluso a la vieja compañía petrolera y el papel cada vez más marcado de rutas del narcotráfico procedente de suelo venezolano a pistas clandestinas en México camino al principal país consumidor de enervantes del mundo, Estados Unidos. Un asunto relevante y donde los cárteles mexicanos tienen presencia en el país petrolero sudamericano además de las relaciones con proveedores de cocaína por la porosidad de la frontera con Colombia. Un asunto de estricta relevancia en el que Estados Unidos podría tener mayor injerencia o presión para aminorar el flagelo de narcóticos y el cada vez más marcado tráfico de seres humanos del que son presas de mafias los ciudadanos venezolanos.
El embajador mexicano después de su periplo de Juchitán a Caracas tendrá la iniciativa para redactar sendas comunicaciones a su gobierno que toquen aspectos de Estado, más que congratulaciones entre aparente revolucionarios. Quizá le estalle el presunto escándalo del misterio que encarnó el intercambio de petróleo por alimentos donde apuntan las pruebas que puedan estar involucrados altos funcionarios del gobierno de México. Más que una investigación periodística o una sanción de Washington a empresas venezolanas, la propia Unidad de Inteligencia Financiera bajo el gobierno encabezado por López Obrador se encuentra investigando y tarde o temprano deberá desahogar la tenebra del asunto. (https://elpais.com/mexico/2021-06-14/la-red-que-intercambio-petroleo-de-venezuela-por-alimentos-opero-con-la-ayuda-del-gobierno-mexicano.html)
El presidente López Obrador, no se ha cansado de decir que “No queremos tener pleitos con gobiernos extranjeros. Nosotros estamos por la solución pacífica de las controversias y por la cooperación para el desarrollo", ojalá el nuevo jefe diplomático de la representación de México ante el Estado venezolano, actúe como las circunstancias demandan más que pensar que la embajada es un premio de consolación en la interna por la gubernatura de Oaxaca.
Es licenciado en Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana y tiene estudios de postgrado en El Colegio de Veracruz y la Universidad de Buenos Aires. Realizó su práctica profesional en la Embajada de México en la exYugoslavia. Tiene diversas publicaciones como colaborador invitado en Este País, Reforma, El Financiero, la edición electrónica de Foreign Affairs Latinoamérica y en la Fundación Ortega y Gasset. Participó en diversas tareas en los órganos de Gobierno en el Congreso de la Unión, destacando la organización y el trabajo de apoyo para la Comisión Parlamentaria Mixta México-Unión Europea. Desde hace una década trabaja en la Asociación Mexicana de Distribuidores de Automotores (AMDA).
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