El 12 de junio de 1961, el piloto soviético Yuri Gagarin se convirtió en el primer ser humano en viajar al espacio ultraterrestre. Eran los tiempos de la guerra fría y de una rivalidad estratégica, política, económica e ideológica de grandes vuelos entre Estados Unidos y la Unión Soviética, en que el acceso al espacio ultraterrestre estaba reservado a los Estados tecnológicamente más avanzados y poderosos. 60 años después, la renovada carrera espacial es cualitativa -y cuantitativamente- distinta: cierto, los Estados siguen siendo actores destacados, pero el acceso al espacio ultraterrestre se ha democratizado -o, al menos, hay más actores que pueden incursionar en él- y confluyen intereses de corporaciones privadas, de particulares, de súper millonarios, amén de los de carácter militar y delincuencial y todos ellos comprometen la sustentabilidad del espacio ultraterrestre, lo que podría tener serias consecuencias para la seguridad internacional dada la divergencia de intereses que cada uno de estos actores persigue.
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